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Se cumple 1 año del terremoto del 19 de septiembre del 2017, y 33 años del terremoto del 85.
Sabemos que no han sido los únicos terremotos en nuestra ciudad capitalina ni en las principales zonas sísmicas del país, pero el que se haya repetido un fuerte temblor en la misma fecha del que muchos aún recordamos de hace poco más de treinta años, ha cimbrado en nuestra memoria y en nuestro presente.
A un año de la tragedia para tantas personas al perder seres queridos, su salud física o psicológica, vivienda o trabajo; volteamos la vista atrás y nos damos cuenta que hay mucho qué trabajar aún, y mucho qué agradecer.
Mucho por trabajar para que nuestro gobierno y nosotros como ciudadanos respondamos rápido y responsablemente ante las necesidades apremiantes de los demás: facilitar procesos burocráticos, transparencia dentro de los medios de comunicación, solidaridad entre vecinos y familiares, colaboración continua una vez que se pasa el furor de la tragedia, ayuda para las comunidades más aisladas.
Y mucho más por agradecer: la respuesta inmediata tanto de ciudadanos y autoridades para ayudar a sacar a la gente atrapada en escombros, la generosidad de tanta gente que salió a repartir alimentos, agua, mantas, medicamentos y productos indispensables; la fortaleza de los sobrevivientes que han sabido aceptar su situación actual y reponerse con gran resiliencia a sus duelos y dificultades.
Todos recordamos qué estábamos haciendo exactamente hace un año cuando comenzó el terremoto. Mañana, cuando hagamos un momento de silencio para recordar a los difuntos y afectados, preguntémonos:
¿Qué he hecho durante este año para solidarizarme con mis conciudadanos?
¿Me motivó esta tragedia a hacer algo más por los demás?
Si sí, continúa, ve qué mas puedes hacer.
Si todavía no has hecho nada, aún no es tarde.
Infórmate sobre instituciones y fundaciones a las que puedes apoyar monetariamente o, mejor, con tu propio tiempo y servicio.
Pero sobre todo… que esto nos mueva a todos a tratar mejor a nuestros familiares, a las personas que se sientan a nuestro lado en el trabajo, a estar al pendiente de nuestros vecinos, a ser respetuosos en nuestra forma de dirigirnos a las personas que nos atienden, a manejar civilizadamente, a cuidar nuestras calles y el medio ambiente.
Tengamos al lado de nuestra mochila de emergencia nuestra “mochila de virtudes”: fortaleza, compañerismo, generosidad, lealtad, empatía. No podremos predecir terremotos con mucho tiempo de anticipación… pero sí podemos trabajar cada día en el desarrollo de nuestra solidaridad y empatía para que, el día que se presente otro, podamos sacar lo mejor de nosotros.
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