Mes de septiembre, mes patrio, mes de la Independencia de México.
En este mes patrio es común ver que todos los restaurantes comienzan a promocionar su temporada de chiles en nogada, en las calles nos venden banderas de México en distintos tamaños y presentaciones, comenzamos a hacer planes para el puente, compramos el suficiente alcohol para que no nos llegue el día de ley seca sin haber prevenido, solemos comer más antojitos mexicanos, esperamos el grito en el Zócalo y los distintos ayuntamientos, los fuegos artificiales, la fiesta… pero quizá pensamos realmente poco en la historia detrás de lo que nos llevó a ser un país independiente, y probablemente menos, en lo que eso significa para nosotros.
No discutiremos aquí si realmente los caudillos buscaban la independencia de España o si se estaban revelando al gobierno implantado por Napoleón al suplantar la corona española. – No por nada, dentro de su discurso, Hidalgo gritó: “¡Viva Fernando VII!”–
Lo que nos queda claro es que los acontecimientos se dieron de tal forma que la Nueva España logró dejar de ser una colonia para convertirse en un país independiente siguiendo el ejemplo de nuestros vecinos del Norte y los ideales de la Revolución Francesa.
Pero preguntémonos: ¿qué significa que seamos un país independiente?
Una de las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española nos dice que independencia es “libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni dependiente de otro.”
No es tributario… ¿pero no seguimos pagamos impuestos y aranceles dentro y fuera del país? ¿No dependemos de las relaciones diplomáticas con otros países, de nuestros tratados comerciales y políticos con otras naciones? Entonces… ¿qué significa ser un país independiente?
Si lo pensamos… independencia hace referencia al uso de nuestra libertad, esa capacidad que tenemos los seres humanos para ejercer nuestra voluntad de acuerdo a nuestros principios e intereses, esa cualidad que nos introduce al reino de la responsabilidad.
Por lo tanto, ejercer nuestra libertad no quiere decir hacer lo que queramos, sino tener la oportunidad de – habiéndonos desprendido de lo que pudiera contrarrestarla – ejercerla utilizando nuestra razón para analizar las opciones que se presentan en nuestra vida como individuos o como país, y elegir libremente comprometernos con aquello que valoramos y en lo que ponemos nuestra esperanza.
Libertad… ¿de qué? ¿para qué?
El haber ganado la independencia como país nos permitió tener “libertad de”.
Libertad de decidir sobre nuestra forma de gobierno y manera de regirnos como país, libertad de decir sobre el país que queríamos conformar como mexicanos.
Pero la libertad más importante es la “libertad para”.
Aquella libertad en donde nos percatamos que la libertad no es el fin que buscamos realmente. Muchos han sacrificados sus vidas por la libertad, así de importante es, así de mucho es apreciada y valorada, sobre todo por aquellos que la han perdido.
¿Pero a qué tipo de libertad se referían? No a ese concepto que tanto se vende en frases como carpe diem. No se trata de tener libertad para hacer lo queramos, sino libertad para encontrar nuestro verdadero fin, aquello que todos buscamos en la vida, que no es otra cosa que ser felices.
¿Y en dónde encontraremos nuestra felicidad? ¿Hacia dónde dirigir nuestra libertad? Si somos seres humanos, nuestra felicidad estará en la realización de nuestra naturaleza, en alcanzar la perfección a la que estamos llamados. Si dirigimos nuestros actos libres a trabajar sobre nosotros mismos, a pulirnos como se pule un diamante en bruto para sacar su belleza interior, sacaremos la mejor versión de nosotros.
Así que preguntémonos: ¿en qué parte de mí puedo trabajar hoy para ser mejor que ayer? Elijamos libremente hacer aquello que nos cueste más trabajo, aquello que requerirá mas fortaleza y paciencia de nuestra parte, perseverancia diaria, pero al fin y al cabo, aquello que nos hará más felices al lograr la conquista más grande podemos lograr: la conquista de nosotros mismos.
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